Las tensiones diplomáticas entre España e Israel han escalado hasta deteriorar sus relaciones bilaterales a su punto histórico más bajo, y no tanto por las acciones en el terreno, sino por el lenguaje empleado en los intercambios oficiales. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, acusó al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, de lanzar una “amenaza genocida” contra el “único Estado judío del mundo”, en un claro intento de reducir el desacuerdo a una cuestión identitaria, obviando las críticas internacionales al costo humano de la ofensiva en Gaza. Madrid, por su parte, ha respondido con firmeza, rechazando tales acusaciones y centrando el debate en la urgencia de detener la violencia y abrir corredores humanitarios.
El núcleo del choque radica en la tergiversación del mensaje de Sánchez, quien subrayó que España “no tiene armas nucleares ni portaaviones” para detener la ofensiva israelí, pero sí la convicción de seguir presionando para poner fin a la masacre. Netanyahu ha transformado esa reflexión en un supuesto ataque existencial al Estado de Israel, evocando la Inquisición, la expulsión de los judíos y el Holocausto, en un recurso discursivo que busca desplazar la crítica hacia el terreno de la victimización histórica.
A medida que se da ese intercambio de palabras, la tensión entre ambos países ha alcanzado un nuevo punto álgido, dejado en evidencia que además de las brecha política e ideológica hay un pulso simbólico: España insiste en denunciar la catástrofe humanitaria en Gaza y exigir el respeto del derecho internacional, entre tanto, Israel busca reducir el debate a un enfrentamiento con “el único Estado judío”, intentando blindarse de las críticas con un discurso de victimización histórica.
El Gobierno español califica las acusaciones de Netanyahu de “falsas y calumniosas”, reiterando su rechazo al antisemitismo. Pero, al mismo tiempo, subraya con firmeza que su mensaje se basa en exigir el cese inmediato de la violencia en Gaza, la entrada de ayuda humanitaria bloqueada y el respeto a los derechos humanos de la población palestina. Todas ellas intenciones muy distantes a las que el líder israelí pretende centrar con su narrativa, desplazando el foco de atención sobre el núcleo del problema de lo que ocurre en Gaza.
Asimismo, altos cargos del Ejecutivo español han reforzado la posición de Sánchez. La ministra de Defensa, Margarita Robles, acusó a Netanyahu de “tergiversar” las palabras del presidente y recordó que España no mide su influencia en términos bélicos. Yolanda Díaz, segunda vicepresidenta, se refirió a Netanyahu como “criminal de guerra”, recordando que sobre él pesa una orden internacional de detención. Estas reacciones dejan claro que la intención española dista del discurso que propaga Israel contra el presidente Sánchez y coloca a España como un país dispuesto a asumir costos diplomáticos en nombre de la legalidad internacional.
Sin embargo la retórica es solo un detalle en un trasfondo dramático. Pues hay una población civil sufriendo de hambre, desnutrición y bombardeos constantes bajo la justificación israelí de defensa y de la necesidad de combatir a Hamás. Sin embargo, poco a poco el mundo parece agotar su paciencia ante las cifras de muertos, desplazados y el nivel de crisis provocada.
Este choque diplomático entre Israel y España constituye una confrontación de discursos, valores, ideología, política y respeto por el orden internacional; abriendo un nuevo capítulo en la política exterior española que redefinirá las alianzas y el posicionamiento de España en Oriente Medio y en la escena internacional.
12/09/2025
María Angélica Carvajal