El reloj de la devastación en Gaza marcaba el día 704 cuando Israel decidió cruzar una línea roja inédita, no solo en el conflicto palestino-israelí, sino en el delicado equilibrio de poder regional y árabe. La capital de Qatar, Doha, un centro neurálgico para la diplomacia mediadora, se convirtió en el escenario de un ataque con dron contra una delegación de Hamás que, según Al Jazeera, estaba en pleno debate sobre una propuesta de alto el fuego del presidente estadounidense Donald Trump. Este incidente no es solo una agresión contra un grupo específico; es una declaración flagrante contra la soberanía qatarí y un golpe demoledor a los esfuerzos de mediación.
El Ministerio del Interior de Qatar confirmó el ataque, que tuvo como blanco una de las residencias utilizadas por miembros de la oficina política de Hamas. Aunque las autoridades qataríes declararon que la situación estaba «segura» y fuentes de Hamas confirmaron que la delegación, incluido el prominente líder Khalil al-Hayya, sobrevivió ilesa, la onda expansiva de la agresión ya se sentía en toda la región.
La condena unánime y un temblor diplomático
La respuesta internacional fue rápida y unánime en su condena. Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, denunció «enérgicamente» la «flagrante violación de la soberanía e integridad territorial de Qatar», destacando el papel «extremadamente positivo» del emirato en la búsqueda de un alto el fuego en Gaza y la liberación de prisioneros. Este ataque, en plena labor de mediación, es un torpedo a la credibilidad de cualquier proceso negociador.
Más allá de la ONU, la condena vino de los pesos pesados de la región. El príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, en una llamada al emir de Qatar, Tamim bin Hamad, calificó el ataque de «acto criminal y flagrante violación del derecho internacional», ofreciendo «todas las capacidades del Reino para apoyar a los hermanos en Qatar». Lo mismo hizo el rey Abdullah II de Jordania, quien expresó su rechazo a cualquier acción que afecte la seguridad qatarí. Irán, Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos, Irak, Palestina, Siria, Egipto y Argelia se sumaron a la oleada de condenas, evidenciando una excepcional unidad árabe y regional frente a lo que se percibe como una agresión a la inviolabilidad territorial.
La complicidad americana: Un silencio inquietante
Mientras Israel asumía «plena responsabilidad» a través de su primer ministro, Benjamin Netanyahu, calificando el ataque de «operación israelí completamente independiente», los informes de los medios israelíes contaban una historia diferente. Walla! informó que los objetivos eran al-Hayya y Zaher Jabarin, de la «dirección de Hamas». Pero fue la Corporación de Radiodifusión Israelí y el Canal 12 quienes revelaron el dato más perturbador: «Estados Unidos fue informado previamente del ataque», e incluso, el presidente Donald Trump «aprobó previamente el ataque».
La contorsión de Netanyahu, al intentar disipar la idea de la complicidad estadounidense, fue desmentida por un funcionario de la Casa Blanca a la AFP, que confirmó la notificación previa de Washington. Este sutil pero crucial baile de negaciones y confirmaciones subraya una coordinación que, a ojos de la región, eleva el ataque de un acto unilateral israelí a una operación con el tácito aval, o al menos el conocimiento, de la Casa Blanca.
La caída de las soberanías árabes y la doctrina de la fuerza
El ataque en Doha es más que un incidente aislado; es un presagio ominoso. Representa, en primer lugar, una cancelación catastrófica de la diplomacia y una reafirmación brutal de la lógica de la superioridad militar. No solo en el contexto palestino, sino en el árabe en su conjunto. Este acto es una extensión de la serie de ataques en Siria, Líbano y Yemen, y si se suman las recientes amenazas de Netanyahu a Egipto, el mensaje es inequívoco: las soberanías árabes han colapsado como barrera frente a la agresión israelí.
La implicación de Trump, quien en mayo pasado fue un invitado excepcional de Qatar (y Arabia Saudí y EAU), es escalofriante. Su aparente convicción, tras el fracaso en la resolución de conflictos en Ucrania y Gaza, en la doctrina israelí de «resolver disputas» mediante la fuerza excesiva —una mentalidad que lo llevó a renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra y a intensificar la presión sobre Venezuela— ha culminado en esta espantosa catástrofe diplomática en Qatar.
Este ataque despoja de todo valor a las propuestas de alto el fuego de Trump si, al mismo tiempo, permite el bombardeo de los negociadores y la violación de la soberanía del estado anfitrión. Lo que queda patente es una bancarrota política estadounidense sin precedentes. La Casa Blanca, al validar o ignorar estas acciones, se convierte en cómplice de una estrategia que dinamita cualquier posibilidad de paz genuina y sostenible, transformando los centros de mediación en zonas de guerra encubierta. La región, ya de por sí volátil, se adentra en una era aún más peligrosa, donde las reglas del juego han sido reescritas por el imperativo de la fuerza y la impunidad.
Mohamed BAHIA
10/09/2025