Lo que durante días se cocinó como una fatalidad política, se ha consumado este lunes en el Palacio Borbón. François Bayrou, el experimentado líder de centro y Primer Ministro francés, ha visto su destino sellado tras un voto de confianza que él mismo solicitó, pero que, a todas luces, era un mero trámite hacia su ineludible dimisión. Francia se adentra en un nuevo ciclo de incertidumbre política, con Emmanuel Macron bajo una presión inédita y una sombra económica que amenaza con oscurecer aún más el horizonte.
La renuncia de Bayrou, apenas la cuarta en menos de dos años, no es un mero cambio de guardia. Es el síntoma de una parálisis política profunda y el preludio de un periodo de máxima turbulencia para el Elíseo. El plan de desendeudamiento de 44.000 millones de euros, eje central de la confianza pedida por Bayrou, no logró convencer. De hecho, sus métodos –incluida una controvertida propuesta de suprimir dos días festivos que se negó a retirar– y su dramatización del déficit público, le granjearon la impopularidad incluso entre filas aliadas. Los murmullos de «fuerzas políticas unidas para derribar al gobierno», pronunciados por el propio Bayrou, señalan una fractura insalvable entre el centro y los extremos, izquierda y ultraderecha, que ya no disimulan su hostilidad.
Con Bayrou fuera de escena, todas las miradas se posan ahora sobre Emmanuel Macron. El Presidente se encuentra en primera línea, forzado a orquestar una compleja coreografía para encontrar a un sucesor capaz de coser un tejido político cada vez más deshilachado. Las exigencias de la oposición son claras y antagónicas: desde La Francia Insumisa (LFI) que pide su destitución o dimisión, hasta la Agrupación Nacional (RN) que reclama una nueva disolución de la Asamblea. Ninguna de estas opciones parece viable o deseable para el Elíseo, que ya ha explorado sin éxito un acercamiento a los socialistas, quienes, por su parte, reclaman la dirección de Matignon, algo inaceptable para el sector conservador. La pregunta es palpitante: ¿qué perfil podrá forjar un consenso mínimo en este panorama fragmentado?
Pero más allá del drama político y la búsqueda de un nuevo Premier, un sombrío telón de fondo económico se cierne sobre Francia. La inestabilidad política es un veneno para los mercados, y las consecuencias ya se perciben. Mientras París se prepara para nuevas jornadas de protesta los días 10 y 18 de septiembre, el 12 de septiembre se espera con nerviosismo el veredicto de la agencia de calificación Fitch. Hace un año, Fitch ya había asignado una perspectiva negativa a la nota de la deuda francesa, anticipando una posible degradación. Ahora, con una crisis política que deja al país sin presupuesto en pleno periodo de elaboración, el riesgo de un recorte de calificación es más real que nunca.
Los números hablan por sí solos. El déficit público alcanzó el 5,8% del PIB en 2024, muy lejos del objetivo del 3% fijado por Bruselas, siendo uno de los más elevados de la Unión Europea. Las agencias de rating insisten en la necesidad de mayores ahorros o nuevas fuentes de ingresos para contener la deriva de las cuentas públicas. Si Fitch materializa la degradación, el coste de la deuda francesa se encarecerá aún más, alejándola de los tipos de financiación de otros países europeos, como Alemania. Los inversores, por naturaleza, rehúyen la incertidumbre y la inestabilidad política.
El próximo presupuesto, que en teoría debe ser presentado antes de mediados de octubre por el nuevo gobierno, se perfila como un test crucial para la credibilidad económica de Francia. La urgencia es manifiesta: Macron no solo debe hallar un nuevo Primer Ministro, sino también restaurar la confianza en la capacidad de su país para gestionar sus finanzas y superar una crisis política que amenaza con desbordar las fronteras de su propio Elíseo. Francia se adentra en un otoño incierto, donde el equilibrio entre la estabilidad política y la solvencia económica pende de un hilo cada vez más delgado.
08/09/2025