Si se confirman los informes difundidos por la agencia Firat, cercana al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), esta organización habría decidido disolverse formalmente, poner fin a su lucha armada y clausurar un levantamiento militar que ha durado más de cuatro décadas y ha dejado más de 40 mil muertos en Turquía y el norte de Irak.
La decisión fue adoptada durante el 12º congreso del PKK, celebrado recientemente en el norte de Irak, y responde a un llamado del histórico líder del partido, Abdullah Öcalan, encarcelado en la isla de Imrali desde 1999. A finales de febrero, Öcalan instó desde prisión a desmantelar todas las estructuras del partido y cesar sus actividades. El comunicado final del congreso anuncia la “disolución del marco organizativo” y la finalización de “la lucha armada y todas las actividades realizadas en nombre del partido”.
Este anuncio representa, en teoría, un punto de inflexión con potencial para reconfigurar el mapa político kurdo en Turquía y abrir paso a un proceso de reconciliación nacional. La pacificación no solo evitaría más derramamiento de sangre —producto de enfrentamientos militares y acciones calificadas de terrorismo—, sino que también podría reactivar las negociaciones con Ankara en torno a los derechos culturales y políticos de la población kurda.
En el plano regional, la decisión podría marcar el cierre de un ciclo de alianzas estratégicas que el PKK mantuvo durante décadas y que, en ocasiones, se revelaron perjudiciales para sus propios objetivos. Ejemplo de ello fue su cercanía con el régimen de Hafez al-Assad, una relación que desembocó en acuerdos de seguridad con Turquía contrarios a los intereses del partido, además de contribuir a la expulsión y posterior captura de Öcalan en 1999.
No obstante, el camino hacia una salida política no está exento de desafíos. El PKK mantiene una presencia extendida en Irak, Siria e Irán, donde operan estructuras con agendas propias y en ocasiones contradictorias. La fragmentación interna y la influencia de actores externos, como Irán, pueden minar los intentos de disolución. Figuras como Cemil Bayik, uno de los líderes del ala armada en las montañas de Qandil, se oponen abiertamente al abandono de las armas y mantienen vínculos estrechos con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní. Este sector ha recibido apoyo militar de Teherán, incluyendo drones y misiles térmicos utilizados contra drones turcos.
Las actividades de este grupo no se limitan al terreno militar. Su presencia se extiende también a zonas rurales en Dohuk, Sinyar, el norte de Siria y Turquía, con estructuras políticas, económicas y mediáticas activas en varios países europeos.
En este contexto, el resultado final de esta iniciativa sigue siendo incierto. Intentos anteriores de alcanzar una solución negociada —en 1993, 1999 y 2012— terminaron fracasando por la acción de sectores opuestos tanto dentro del PKK como en el aparato estatal turco. Esta vez, la disolución podría abrir paso a formas legales de representación política kurda, como las que encarna el Partido de Igualdad y Democracia de los Pueblos, que ha estado en contacto con Öcalan para facilitar esta transición.
Aunque el anuncio despierta expectativas, la complejidad del entorno geopolítico kurdo, sumada a las divisiones internas del PKK, exige cautela. El éxito de esta decisión histórica dependerá de la capacidad para traducir las declaraciones en hechos sostenibles y de evitar que los desacuerdos internos deriven en nuevas formas de confrontación.
Abdelhalim ELAMRAOUI
13/05/2025