El fútbol, en su esencia más pura, es un estado de ánimo. Y durante 93 minutos en el estadio Príncipe Moulay Abdellah de Rabat, el ambiente era de una creciente frustración. Lo que se presuponía como un trámite amistoso contra una ordenada selección de Bahréin se había convertido en un laberinto sin salida. Pero en el minuto 94, cuando el empate parecía un veredicto inamovible, un remate de Jawad El Yamiq rasgó la noche y desató la euforia. Ese gol no solo significó una victoria por 1-0; fue la decimoquinta consecutiva para Marruecos, una racha monumental que les sitúa a un solo paso de igualar el récord histórico de la España campeona del mundo.
Sin embargo, lo que podría parecer una celebración del poderío marroquí fue, en realidad, un necesario baño de realidad. Y nadie lo entendió mejor que su arquitecto, Walid Regragui.
Desde el pitido inicial, el guion fue el esperado: un monólogo de posesión de los Leones del Atlas frente a una muralla defensiva bahreiní, perfectamente plantada en un bloque bajo. El balón circulaba por las bandas de Hakimi y Ezzalzouli, pero moría en la frontal del área. Las ocasiones llegaron, pero con cuentagotas y sin la contundencia de otras noches. Ayoub El Kaabi se topó con el portero en un mano a mano claro; El Yamiq, Saibari y Ezzalzouli probaron fortuna con disparos que se perdieron por centímetros. Marruecos tenía el control, pero le faltaba la llave para abrir el cerrojo.
Fue un primer tiempo que dejó una sensación de atasco, de impotencia creativa ante un rival que, con disciplina y orden, desnudó una de las pocas debilidades de este equipo: la dificultad para desmantelar defensas ultracompactas.
Lejos de desesperar, Regragui movió el banquillo en la segunda mitad. La entrada de hombres como Youssef En-Nesyri, Eliesse Benseghir y Hamza Igamane buscaba precisamente eso: inyectar dinamita, frescura y, sobre todo, instinto de área. Y la dinámica cambió. Marruecos se volcó, asedió con más convicción y, finalmente, encontró su premio en el epílogo, con ese gol agónico que sabe a gloria y a liberación.
Tras el partido, mientras la afición celebraba el resultado, Regragui ofrecía la lectura más lúcida. «Estoy contento de tener este tipo de partidos», confesó, huyendo de cualquier autocomplacencia. «Nos permite poner el dedo en nuestras lagunas y trabajar para mejorar». El seleccionador admitió que algunos jugadores pudieron pensar que el encuentro sería fácil, y valoró la «buena oposición» de un rival que les obligó a exprimir sus recursos hasta el final.
Sus palabras no eran las de un técnico que busca excusas, sino las de un líder que extrae lecciones de la adversidad. «Nos faltó ritmo y proyección en el área de castigo», analizó, reconociendo al mismo tiempo la fortaleza de su plantilla: «Tenemos la suerte de que el banquillo puede cambiar la trayectoria de un partido».
Incluso el seleccionador de Bahréin, Dragan Talajic, se rindió a la evidencia: «Han jugado contra un equipo que es un valor seguro del fútbol mundial. Ha sido una gran lección para nosotros».
Ahora, todos los focos apuntan al próximo martes. En este mismo escenario, Marruecos recibirá al Congo en un partido que trasciende los puntos de la clasificación mundialista, ya sellada. Es una cita con la historia. Una victoria más les colocaría en el olimpo de las selecciones, junto a la mejor España de todos los tiempos. Pero gracias a la sufrida noche contra Bahréin, los Leones del Atlas afrontarán ese reto con una lección aprendida: en el fútbol de élite, la gloria nunca es fácil y el respeto al rival es el primer paso hacia la victoria. Y ese, quizás, fue el verdadero triunfo de la noche.
10/10/2025









