Pyongyang amaneció este 9 de octubre entre desfiles, himnos y uniformes impecables. Ocho décadas después de la fundación del Partido del Trabajo —el eje absoluto del poder norcoreano desde 1949—, el régimen de Kim Jong-un convirtió el aniversario en un acto de resurrección simbólica: el intento de reafirmar que Corea del Norte ya no es el “paria” que alguna vez fue, sino un actor reivindicado dentro de un eje euroasiático cada vez más firme.
Una coreografía de poder cuidadosamente ensayada
Entre los invitados que tomaron asiento en las tribunas de Pyongyang destacaban nombres de primer nivel: el primer ministro chino Li Qiang, el vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia Dmitri Medvédev, el secretario general del Partido Comunista vietnamita Tô Lam y el presidente de Laos. No era casual ni protocolario. Era una escenografía diplomática: mostrar que Kim sabe reunir a sus aliados en torno a una narrativa común de resistencia al orden occidental.
Analistas del centro de observación “38 North” señalan que la imagen del líder norcoreano caminando junto a Xi Jinping y Vladímir Putin durante las conmemoraciones de la victoria sobre Japón en Pekín, el mes anterior, fue “una victoria política inesperada”. Esa instantánea ofrecía la foto que Kim había buscado durante años: un lugar en la primera fila de la geopolítica regional, hombro con hombro con las potencias que desafían la hegemonía occidental.
El discurso de la «amistad tradicional»
Durante la ceremonia, los mensajes cruzados entre Pyongyang y Pekín fueron calculadamente simétricos. Kim alabó “los esfuerzos constantes de China por mantener las relaciones de amistad y cooperación”, mientras que Li Qiang insistió en que “su desarrollo constituye una política inquebrantable de Pekín”. En otras palabras: ambos países se necesitan —y quieren que el mundo lo sepa— en un contexto internacional cada vez más fraccionado por bloques.
El espectáculo interno detrás del gesto externo
Aunque los titulares occidentales destacan la dimensión diplomática del evento, el verdadero destinatario del mensaje sigue siendo la población norcoreana. En una economía golpeada por las sanciones y aislada tecnológicamente, la llegada de delegaciones extranjeras y el eco mediático son utilizados por el régimen como argumento de estabilidad. El relato oficial sugiere que, lejos de la soledad de décadas pasadas, Corea del Norte participa hoy en una coalición de aliados que le garantiza futuro económico y prestigio político.
Como explica la analista Jenny Town, “estas celebraciones no solo sirven para reforzar los vínculos exteriores, sino para mostrar al pueblo que el país tiene opciones, que hay esperanza más allá del aislamiento”. La esperanza, en la narrativa de Pyongyang, se viste de cooperación económica con Vietnam o Laos y de apoyo estratégico de Rusia y China.
Un desfile para sellar la imagen del poder
El aniversario culmina con la organización de un gran desfile militar —reprogramado para el viernes 10 de octubre— donde, según observadores, desfilarán misiles balísticos intercontinentales de nueva generación y drones de largo alcance. En un país donde la ceremonia sustituye al debate público, estos desfiles son el lenguaje con el que el poder se legitima ante sus ciudadanos.
A ochenta años de su fundación, el Partido del Trabajo sigue siendo el corazón del sistema norcoreano, monolítico y cerrado. Pero en su 2025, Kim Jong-un busca más que continuidad: quiere reconocimiento. Y lo está consiguiendo, aunque sea en un escenario donde los aliados que lo aplauden también libran sus propias batallas contra Occidente.
En Pyongyang, las marchas son siempre sincronizadas, y los mensajes, calculados. Pero entre los fuegos artificiales y los discursos, algo quedó claro: Kim no solo celebra el pasado de su partido, sino su aspiración a ocupar un lugar —por incómodo que sea— en el tablero global del siglo XXI.
10/10/2025









