En el frío acero de Rancagua, donde los sueños mundialistas se forjan o se desvanecen, la selección sub-20 de Marruecos escribió una página de coraje y fútbol. No fue una victoria cualquiera; fue la confirmación de un equipo que sabe sufrir, que entiende el juego y que, sobre todo, posee el descaro necesario para mirar a los ojos a cualquiera. Vencieron 2-1 a una Corea del Sur disciplinada y veloz, sellando su pasaporte a los cuartos de final y erigiéndose como la única bandera africana y árabe que aún ondea en Chile.
El partido fue un microcosmos de lo que es este equipo marroquí: un torbellino de talento ofensivo y una solidez defensiva que roza la madurez. Tras la decisión táctica del seleccionador Mohamed Ouahbi de rotar en el intrascendente partido ante México, hoy saltó al césped su once de gala. Y se notó. Desde el primer segundo, el encuentro fue un intercambio de golpes sin tregua. El capitán, Othmane Maamma, un director de orquesta con el balón en los pies, avisó al minuto uno, forzando una parada milagrosa del meta coreano. La respuesta asiática fue inmediata, un contraataque fulgurante que solo la intervención providencial del defensa Ismail Baouf sobre la misma línea de gol pudo neutralizar.
El fútbol, a veces, premia la insistencia. A los ocho minutos, el nudo del partido se desató. Tras una jugada incisiva de Maamma por la derecha, el balón quedó suelto en el área. Allí, entre un mar de piernas, apareció la acrobacia de Yassir Zabiri. Su remate de chilena, tan espectacular como heterodoxo, fue desviado por el defensa Shin Min-Ha hacia su propia portería. Era el 1-0. Un gol caótico, sí, pero fruto de la presión y la ambición marroquí.
Con la ventaja en el marcador, el guion del partido quedó claro. Marruecos se adueñó del balón, buscando con paciencia el segundo tanto a través de la creatividad de Maamma y la movilidad de Zabiri. Corea del Sur, fiel a su estilo, se replegó, apostando su destino a la velocidad de sus extremos en transiciones letales. Fue una batalla táctica fascinante, un pulso entre el control y el vértigo que consumió el resto de la primera mitad.
Lejos de especular, los Leones del Atlas salieron del vestuario con la misma determinación. Sabían que un solo gol de ventaja era una frontera demasiado frágil. Y la sentencia llegó a la hora de partido. De nuevo, la misma sociedad: Maamma desbordó por la banda derecha, levantó la cabeza y sirvió un centro medido al corazón del área. Allí, elevándose por encima de todos, Yassir Zabiri conectó un cabezazo impecable, potente y colocado, que hizo inútil la estirada del portero. Era el 2-0, un golpe de autoridad que parecía definitivo.
Pero en un Mundial no hay finales tranquilos. Los «Guerreros de Taeguk» no se rindieron y, espoleados por la necesidad, se lanzaron a un ataque desesperado en los minutos finales. Fue entonces cuando emergió la figura del guardameta Yanis Benchaouch, con una parada clave que sostuvo al equipo. El gol coreano llegó, pero tarde, de penalti en el minuto 96, transformado por Kim Tae-won. Un tanto que solo sirvió para maquillar el marcador y añadir un suspense innecesario a una victoria merecida.
Ahora, en el horizonte aparece Estados Unidos, un rival que llega con la moral por las nubes tras arrollar a Italia (3-0). Será una prueba de fuego, un choque de estilos entre el pragmatismo norteamericano y la fantasía
10/10/2025









