No son solo palabras; es un gesto de un calado geoestratégico que redefine los contornos de la relación franco-marroquí. La diplomacia francesa, en la voz de su embajador en Rabat, Christophe Lecourtier, ha trazado una línea inequívoca en la arena de Dajla: París no solo observa, sino que se compromete activamente a ser un actor principal en el desarrollo del Sáhara. Un movimiento que va más allá de la cortesía diplomática para convertirse en una declaración de intenciones económicas y políticas.
La celebración del Foro Económico Marruecos-Francia en Dajla, lejos de los tradicionales centros de poder de Rabat o Casablanca, es en sí misma el mensaje más elocuente. Como bien señala Lecourtier, la elección de esta ciudad no es casual. Es el reconocimiento explícito del potencial de una región que Marruecos, bajo el impulso del rey Mohammed VI, está transformando en un epicentro de oportunidades. Hablamos de un enclave destinado a ser una bisagra continental, un puente logístico y energético entre Europa, el Magreb y el África subsahariana.
El embajador francés no habla de un futuro hipotético, sino de un presente tangible. Lecourtier desgrana una hoja de ruta concreta que materializa esta «visión compartida». No se trata de una declaración de intenciones etérea, sino de la implantación de un ecosistema francés en el corazón del sur: nuevos centros educativos que siembren el idioma y la cultura, un futuro centro cultural, la agilización de visados y, fundamentalmente, la expansión del radio de acción de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) a estas regiones. Francia no viene a visitar, viene a instalarse.
Esta apuesta se cimenta sobre una realidad económica ineludible: la interdependencia. «Nuestra competitividad está hoy ligada», afirma Lecourtier, y esa frase resume décadas de simbiosis industrial. Las cadenas de valor de sectores clave para Francia, como el aeronáutico y el automotriz, ya no se entienden sin su contraparte marroquí. No estamos ante la clásica relación comercial norte-sur, sino ante un modelo de «desarrollo co-localizado», donde el valor se crea en Marruecos no solo para su mercado interno, sino para reexportar competitividad hacia Europa. La balanza comercial equilibrada entre ambos países no es una coincidencia, es el resultado de esta estrategia.
El embajador va un paso más allá, invitando a las pymes francesas, a menudo ahogadas en los competitivos mercados europeos, a mirar hacia el sur. Marruecos ya no es solo un mercado, es una plataforma. Un trampolín hacia el vasto y prometedor horizonte del África subsahariana, donde la presencia e influencia marroquí es indiscutible.
En definitiva, las declaraciones de Christophe Lecourtier en vísperas del foro de Dajla no son un mero apunte en la agenda diplomática. Representan un punto de inflexión. Francia parece haber comprendido que el futuro de su relación con su socio estratégico en el Magreb pasa por abrazar plenamente la visión de desarrollo integral de Marruecos, incluyendo su Sáhara. Es una apuesta por un «partenariado más avanzado», una alianza donde los destinos económicos, desde las factorías de Toulouse hasta los parques eólicos de Dajla, están, y estarán, cada vez más entrelazados.
08/10/2025









