El Caribe se ha convertido en tablero de alta tensión. Buques y submarinos estadounidenses fondeados cerca de las aguas venezolanas, sobrevuelos de cazas F-35 en la frontera aérea y un crescendo de declaraciones cruzadas han instalado un clima de incertidumbre en Caracas. El gobierno de Nicolás Maduro no duda en interpretarlo como una ofensiva dirigida contra su permanencia en el poder. La pregunta, sin embargo, es cuánto de todo esto pertenece al reino de la geopolítica simbólica y cuánto se acerca a una auténtica amenaza militar.
El mensaje en el horizonte
El despliegue no es casual ni se disfraza de neutralidad. Washington insiste en la narrativa de “lucha contra el narcotráfico”, pero a nadie escapa que el músculo naval y aéreo concentra su radar sobre Miraflores. Maduro mismo aludió a los fantasmas de Irak, Libia y Afganistán, recordando cómo intervenciones extranjeras terminaron con naciones devastadas. Su advertencia buscaba blindarse en el imaginario latinoamericano donde la intervención militar evoca más ruina que liberación.
Trump, entre la imprevisibilidad y la presión interna
El telón de fondo es la política estadounidense. Donald Trump prometió en campaña que Estados Unidos no volvería a jugar al “policía global”. Pero los hechos lo han desmentido en más de una ocasión: Irán aún recuerda la “Operación Martillo de Medianoche”, cuando bombarderos invisibles dejaron caer las más poderosas bombas convencionales de su arsenal. Esa operación fue un recordatorio de que la palabra del presidente número 47 es tan volátil como el consejo del último asesor que cruce la puerta de su despacho.
Además, la llegada de Marco Rubio al Departamento de Estado imprime un sello particularmente hostil al chavismo. Para Maduro, Rubio representa al “halcón caribeño”: un político moldeado en la oposición frontal a Cuba y Venezuela. El contraste con Richard Grenell, emisario oficioso más inclinado a los pactos pragmáticos, no podría ser mayor.
Caracas en alerta máxima
El ministro de Defensa, Vladimir Padrino, denunció públicamente la incursión aérea de cinco cazas estadounidenses sobre el litoral central. Señaló que fueron detectados por el control aéreo de Maiquetía y que la alerta la dio, irónicamente, un vuelo comercial de Avianca. Un detalle que transforma las estadísticas militares en un relato de intriga: un avión de pasajeros fue quien primero advirtió la presencia de cazas avanzados, trazando una escena de tensión digna de thriller.
Para Padrino, se trata de una provocación deliberada: “una amenaza contra la seguridad de la nación”. La dureza de su mensaje buscaba a la vez elevar la moral interna y advertir a Washington que un ataque a Venezuela no quedaría sin respuesta.
Disuasión más que guerra
Los analistas militares, no obstante, rebajan el dramatismo. El contingente desplegado en el Caribe no parece suficiente para emprender una operación a gran escala. A lo sumo, podría sostener incursiones puntuales bajo el argumento del combate al narcotráfico. La probabilidad de un desembarco o una campaña aérea prolongada se percibe, por ahora, lejana.
Pero la historia reciente enseña prudencia: las operaciones militares ya no siempre siguen la lógica de la proporcionalidad ni de la racionalidad clásica. Lo imprevisible —y la necesidad política de enviar mensajes de fuerza— pesan tanto como los cálculos estratégicos.
Entre la negociación y el ruido de sables
La sensación ambiente en Caracas es de asfixia: el régimen interpreta cada movimiento como amenaza existencial, mientras en Washington reina la ambigüedad calculada. No atacar, pero simular que puede hacerlo, es en sí mismo un instrumento de presión para forzar al chavismo a aceptar una negociación que lo acerque a su salida.
Queda así planteada la paradoja: un país que sobrevive entre la expectativa de una invasión que nadie cree viable y la amenaza latente que nadie descarta. La gran incógnita es si el Caribe será testigo de un despliegue meramente teatral o del prólogo inesperado de un conflicto regional.
En esa bruma, Venezuela sigue en vilo, atrapada entre la retórica desafiante de su gobierno, el músculo militar estadounidense y una comunidad internacional que observa con la sensación incómoda de que la línea que separa la escenificación de la guerra real puede borrarse de un plumazo.
Mohamed BAHIA
03/10/2025