En un planeta donde la producción de alimentos alcanza niveles récord, millones de personas se van a la cama con hambre mientras toneladas de comida terminan en la basura. Esta paradoja fue uno de los temas que más eco tuvo en los encuentros paralelos a la Asamblea General de la ONU. Según esta organización, unos 735 millones de personas sufren hambre crónica, al tiempo que cada día se desperdician más de 1.000 millones de comidas, suficientes para alimentar a todos los que padecen inseguridad alimentaria.
Pero esta contradicción no es solo moral, sino también climática y económica. Según el ente internacional, la pérdida y el desperdicio de alimentos son responsables de entre un 8% y un 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, un peso casi equiparable al del transporte mundial. A ello se suma el derroche de agua, tierras agrícolas y recursos energéticos invertidos en una producción que nunca llega a consumirse.
Si vemos las cifras oficiales, cerca del 13% de los alimentos producidos se pierde entre la cosecha y la venta minorista, mientras que un 19% adicional se desperdicia en los hogares, restaurantes y comercios minoristas. El contraste regional muestra cómo los países industrializados son responsables de la mayor parte del consumo ineficiente, mientras que las naciones en desarrollo cargan con las consecuencias del hambre y la malnutrición.
El mapa del desperdicio y la necesidad es cruel. África subsahariana y Asia meridional, dos de las regiones más golpeadas por la inseguridad alimentaria, son también importantes productoras agrícolas, pero la falta de infraestructuras de almacenamiento, transporte y sistemas de distribución hace que no puedan garantizar el autoabastecimiento de sus poblaciones. En cambio, Europa y América del Norte, con excedentes de producción, concentran el mayor volumen de desperdicio doméstico y comercial.
El problema también revela una fractura económica en la acción internacional. Mientras que en 2019 y 2020 se destinaron apenas 100 millones de dólares a proyectos contra la pérdida y el desperdicio de alimentos, la ONU calcula que serían necesarios entre 48.000 y 50.000 millones de dólares al año para revertir la situación. Una brecha que evidencia la falta de voluntad política y la poca prioridad que recibe el tema en las agendas globales.
A cinco años de la fecha límite de 2030, el cumplimiento de la meta 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) , el objetivo de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos y minimizar las pérdidas en toda la cadena de producción, parece cada vez más lejano. La propia ONU alerta que sin una acción decidida será imposible garantizar seguridad alimentaria y sostenibilidad climática en el futuro inmediato.
De ahí la urgencia de un cambio profundo y el llamado urgente que hace el foto internacional a gobiernos, empresas, agricultores y consumidores para ser parte de la solución mediante innovaciones tecnológicas, plataformas de comercio electrónico, sistemas móviles de almacenamiento y hábitos responsables de consumo. Mientras tanto, cada plato que se tira recuerda que la crisis alimentaria mundial no responde a la falta de alimentos, sino a la desigualdad y al despilfarro.
01/10/2025