El plan de 20 puntos anunciado con pompa en la Casa Blanca, bajo las luces del Salón Este y ante la atenta mirada de las cámaras internacionales, parecía destinado a figurar como la gran apuesta de Donald Trump para inscribir su nombre en la diplomacia de Oriente Medio. Lo acompañaba Benjamín Netanyahu, quien sonreía ante los flashes mientras estrechaba la mano del presidente estadounidense. La escena pretendía proyectar unidad, pero pocas horas bastaron para que el espejismo de armonía se resquebrajara: la definición misma del futuro palestino se convirtió en la primera grieta.
El corazón del desacuerdo: el “Estado palestino”
Mientras el documento redactado por Washington dedica el punto 19 a trazar un camino eventual hacia “la autodeterminación y la creación de un Estado palestino”, Netanyahu lo negó con vehemencia desde sus redes sociales: “Rotundamente no”. Su negativa, casi visceral, dejó en evidencia una tensión recurrente: Estados Unidos juega con símbolos y promesas que buscan apaciguar a la comunidad internacional, mientras el Gobierno israelí mantiene su veto histórico. En pocas palabras, el Estado palestino volvió a convertirse en fantasma retórico más que propuesta tangible.
Gaza: una reconstrucción bajo administración extranjera
Más allá de la controversia semántica, el plan se despliega como un experimento político sin precedentes: Gaza sería administrada temporalmente por un comité tecnocrático palestino, pero bajo la tutela de la denominada “Junta de Paz”, presidida personalmente por Trump e integrada, entre otros, por el ex primer ministro británico Tony Blair. Esta arquitectura —tan inédita como personalista— persigue neutralizar a Hamás y, de paso, consagrar a EE.UU. como garante del futuro de la Franja.
El proyecto económico viene envuelto en la retórica típica del magnate: la ambición de transformar las ruinas en una suerte de “Riviera del Medio Oriente”, con hoteles frente al mar, corredores comerciales y zonas francas. Una narrativa de glamour y negocios que choca con la devastadora realidad: más de dos millones de personas desplazadas, 66.000 palestinos muertos en la ofensiva israelí y una población que, en muchos casos, no tiene ni techo ni acceso a agua potable.
Hamás: exclusión, desarme y la amenaza de la salida forzada
El plan es tajante al respecto: Hamás no tendrá ni voz ni voto en la administración de Gaza. Su infraestructura militar deberá ser destruida y quienes depongan las armas recibirán amnistía. Para los que rechacen el esquema, el plan contempla incluso la posibilidad de ofrecerles corredores seguros hacia otros países. Se trata, en la práctica, de una disolución forzada de la organización, difícil de imaginar sin resistencias violentas.
Seguridad internacional… pero bajo la sombra israelí
El documento menciona la creación de una Fuerza de Estabilización Internacional con participación árabe e incluso de países de mayoría musulmana no árabes, como Indonesia. Sin embargo, Netanyahu ya se apresuró a aclarar que será Israel —y no otra autoridad— quien garantizará “responsabilidad plena” sobre el perímetro de seguridad. Traducido al terreno: difícilmente Tel Aviv permitirá que terceros definan los límites de su intervención armada en Gaza.
El dilema político interno en Israel
Ni siquiera dentro del propio Ejecutivo israelí existe consenso. Figuras ultranacionalistas como Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, calificaron el acuerdo de “rotundo fracaso político” y vaticinaron que terminará “en lágrimas”. Para este sector, cualquier cesión del control de Gaza equivale a repetir errores del pasado que, dicen, desembocaron en la tragedia del 7 de octubre de 2023.
La encrucijada gazatí
Entre promesas y desmentidos, cálculos estratégicos y tensiones internas, Gaza sigue siendo la gran ausente de las decisiones sobre su propio futuro. Egipto y Catar entregaron oficialmente la propuesta a Hamás, cuyos portavoces la estudian “de manera positiva y objetiva”. Pero el dilema es abismal: aceptar el plan significaría la desaparición de su poder político; rechazarlo, abriría la puerta a una ofensiva israelí aún más avalada por Washington.
La paz como escenario de teatro
El plan Trump-Netanyahu parece diseñado más como espectáculo que como hoja de ruta plausible. Habla de intercambios de rehenes, de prosperidad inmediata, de instituciones “tecnocráticas” y hasta de playas con casinos futuristas. Pero mientras las élites discuten sobre el futuro institucional de Gaza, lo cierto es que sus habitantes claman por lo básico: seguridad, refugio y dignidad.
La historia de los casi treinta años de procesos fallidos enseña una lección dura: no se trata de la falta de papeles con planes, sino de la ausencia de voluntad genuina para admitir la paradoja central. Ninguna solución duradera será posible si el pueblo palestino sigue siendo tratado como espectador de un guion escrito en despachos extranjeros.
Mohamed BAHIA
30/09/2025