En el gran teatro de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde las superpotencias declaman sus visiones del mundo, la verdadera historia a menudo se escribe en voz baja, en los márgenes, en reuniones bilaterales que apenas merecen un titular. El comunicado conjunto emitido este lunes por Marruecos y Surinam es un ejemplo perfecto de esta diplomacia subterránea, una que no busca el aplauso inmediato, sino la lenta pero inexorable consolidación de una realidad geopolítica.
La reafirmación de Surinam de su apoyo a la soberanía marroquí sobre el Sáhara y a su plan de autonomía como «única base» para una solución no es una mera formalidad. Es la última pieza de un meticuloso engranaje diplomático que Rabat lleva años construyendo, especialmente en África y América Latina. Una estrategia que podríamos llamar «la diplomacia del hecho consumado».
El método es brillante en su simplicidad. En lugar de centrarse únicamente en convencer a las grandes capitales occidentales, Marruecos ha desplegado una ofensiva de soft power hacia el Sur Global. El comunicado con Surinam no es abstracto; hace referencia explícita a la apertura de un consulado en Dajla en 2022. Y aquí reside la clave de todo: cada consulado que se abre en el territorio en disputa es un ladrillo más en el muro de la soberanía marroquí. No es una declaración de intenciones, es un acto administrativo, físico e irreversible, que normaliza la presencia del Reino en la región a ojos de la comunidad internacional.
¿Qué obtiene a cambio un pequeño país caribeño como Surinam? La respuesta está en la segunda parte del comunicado, que alaba la «visión del rey Mohammed VI de una cooperación Sur-Sur fundada en el respeto mutuo, la solidaridad y el pragmatismo». Esto no es lenguaje diplomático vacío. Es el reconocimiento de una política exterior que ofrece a sus socios algo tangible: inversión, transferencia de tecnología (especialmente en agricultura y energías renovables), formación y proyectos de desarrollo. Marruecos no pide apoyo; lo intercambia. Se presenta no como un demandante, sino como un socio estratégico, un líder regional capaz de exportar su modelo de desarrollo.
Este goteo constante de apoyos individuales, desde los Emiratos Árabes Unidos hasta Comoras, pasando ahora por Surinam, tiene un efecto acumulativo devastador para sus adversarios. Socava la narrativa del «territorio ocupado» y la reemplaza por la de una región en vías de desarrollo bajo administración marroquí, reconocida por un número creciente de naciones.
Así, mientras los grandes discursos sobre la autodeterminación resuenan en el plenario de la ONU, la verdadera partida de ajedrez se juega en los pasillos. Y en esa partida, Marruecos está demostrando que, a veces, la suma de muchos peones bien posicionados puede ser más decisiva que el movimiento de una reina. La conquista del Sáhara no se está librando con armas, sino con embajadas, acuerdos comerciales y consulados. Una conquista silenciosa, pero implacable.
23/09/2025