En un momento en que África del Norte y el Sahel atraviesan turbulencias políticas y una reconfiguración del mapa de poder, Marruecos emerge como un actor decisivo en materia de seguridad e inteligencia. Dos instituciones son el corazón de esta maquinaria: la Dirección General de Estudios y Documentación (DGED), encargada de la inteligencia exterior, bajo el mando de Mohammed Yassine Mansouri; y la Dirección General de la Vigilancia del Territorio (DGST), dedicada a la seguridad interna y dirigida por Abdellatif Hammouchi.
La revista francesa Causeur no dudó en calificar a Rabat como la “nueva torre de control del Sahel”. Una expresión que, más allá de la metáfora, refleja el creciente peso estratégico de Marruecos en un entorno donde Francia ha perdido parte de su ascendencia histórica.
Dos pilares complementarios
La DGED ha reforzado su reputación por su papel en operaciones contra Boko Haram y por su capacidad para actuar como puente entre el Magreb y África subsahariana. Mansouri, cercano al Rey Mohammed VI desde su etapa en el Colegio Real, ha sabido situar este organismo en la intersección de redes tribales, diplomáticas y militares, transformando la inteligencia exterior marroquí en un instrumento de política regional.
Por su parte, Hammouchi ha convertido a la DGST en un referente internacional en la lucha contra el terrorismo. Su gestión, marcada por la “tolerancia cero”, ha permitido una coordinación sin precedentes entre inteligencia y policía nacional, con resultados tangibles: desde la detención de capos criminales hasta la interceptación de cargamentos de cocaína en colaboración con la Guardia Civil española.
Ambos perfiles, distintos en estilo pero complementarios en funciones, encarnan la profesionalización de los servicios marroquíes.
Francia, socio obligado
La erosión de la influencia francesa en África —agravada por los golpes militares en Mali, Burkina Faso y Níger— ha obligado a París a buscar nuevos apoyos. En este escenario, Marruecos aparece no solo como socio preferente, sino como mediador imprescindible.
La liberación de agentes franceses de la DGSE en Uagadugú en diciembre pasado, atribuida a una intervención directa del rey Mohamed VI, evidenció la capacidad de Rabat para dialogar con actores con los que París ya no mantiene contacto fluido. Esta mediación consolida a Marruecos como un “puente diplomático” en el Sahel.
La dimensión regional y las tensiones con Argelia
El ascenso marroquí no está exento de resistencias. La vecina Argelia observa con recelo este protagonismo, alimentando narrativas sobre una supuesta “guerra entre servicios” en Rabat. Sin embargo, los hechos sugieren lo contrario: la DGED y la DGST actúan en ámbitos distintos y han reforzado su cooperación, como lo demostró su participación conjunta en un seminario estratégico este mes de agosto.
El malestar argelino se inscribe en un contexto más amplio: crisis diplomática con París, acercamiento coyuntural con Roma y un régimen que utiliza la confrontación externa como válvula de legitimación interna.
Marruecos, entre el Sahel y Europa
El peso de Rabat no se limita al plano africano. Sus operaciones contra el narcotráfico, su cooperación fluida con España y Francia, y su participación en la seguridad mediterránea lo convierten en un socio cada vez más indispensable también para Europa. La reputación ganada por sus servicios de inteligencia ha generado confianza entre aliados europeos, en un momento en que Bruselas busca mayor estabilidad energética y fronteriza.
Un poder silencioso
Más allá de la narrativa de “celos” o de rivalidades con Argel, el ascenso de Marruecos responde a una estrategia paciente de profesionalización de su inteligencia y de diversificación de sus alianzas. En un entorno sahélo-mediterráneo marcado por la incertidumbre, Rabat se impone como un actor de referencia, capaz de combinar eficacia operativa, diplomacia discreta y fiabilidad estratégica.
31/08/2025