La idea seduce en ciertos círculos de Tel Aviv, Washington y Riyad como un atajo geopolítico: el derrocamiento del régimen en Teherán. Se presenta como la solución definitiva a la amenaza iraní, la llave para una nueva hegemonía regional. Pero esta seducción es un espejismo peligroso. La presión abierta o encubierta por un cambio de régimen en Irán no solo ignora las cicatrices aún abiertas de intervenciones pasadas, sino que, en una paradoja trágica, podría ser el combustible que acelere el mismo programa nuclear que pretende detener y encender un incendio que devore la frágil estabilidad de Israel y toda la región.
La psicología del precipicio: Amenaza existencial y el impulso nuclear
El núcleo del error reside en una incomprensión fundamental de la psique estratégica iraní. El programa nuclear, más allá de su instrumentalización por los Guardianes de la Revolución, es percibido como un proyecto de Estado, un pilar de la identidad nacional y una garantía de supervivencia. Sus raíces se hunden en la era del Sha, impulsado por una aspiración de modernidad, independencia energética y estatus regional. La Revolución Islámica no lo abandonó; lo reconvirtió, fusionando la ambición tecnológica nacional con una ideología de resistencia antioccidental y antiisraelí.
Cuando la retórica de «cambio de régimen» se convierte en política tangible – ya sea mediante sanciones asfixiantes, sabotajes, asesinatos de científicos o amenazas militares explícitas – se transmite un mensaje inequívoco a Teherán: vuestra existencia como entidad política es inaceptable. Ante esta percepción de amenaza existencial, la lógica de la disuasión nuclear se vuelve férrea. ¿Qué disuade mejor a un enemigo que busca tu aniquilación que la posesión del arma definitiva? La búsqueda acelerada, incluso clandestina, de la bomba, dejaría de ser una opción estratégica entre otras para convertirse en una imperativa de supervivencia nacional. Las amenazas de derrocamiento, por tanto, no contienen; provocan. Son el argumento más potente que los halcones dentro del sistema iraní pueden esgrimir para justificar la aceleración y militarización del programa.
El efecto dominó regional: Israel en la línea del fuego
Un intento serio de desestabilizar o derrocar a la República Islámica no ocurriría en un vacío. Actuaría como un terremoto político cuyas réplicas sacudirían violentamente a Israel:
- La ira de los proxies: Las redes de influencia iraní, diseñadas precisamente para proyectar poder y disuadir ataques directos, se activarían con ferocidad:
o Hezbolá (Líbano): Con su arsenal de más de 150.000 cohetes y misiles, muchos de precisión, lanzaría un diluvio de fuego sobre Israel, una respuesta destinada a infligir un costo insoportable. La frontera norte ardería como nunca antes.
o Milicias en Siria e Irak: Ataques con drones y misiles contra bases israelíes (Golán) e intereses estadounidenses, convirtiendo Siria en un segundo frente activo.
o Hutíes (Yemen): Redoblarían ataques con misiles y drones contra Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, amenazando la seguridad energética global y arrastrando a los aliados clave de Washington (y de facto de Israel) al conflicto. La navegación por el Mar Rojo se volvería una pesadilla.
o Gaza: Hamás y la Yihad Islámica Palestina, pese a tensiones con Irán, podrían verse obligadas o incentivadas a lanzar nuevas oleadas de ataques, desangrando el sur de Israel.
- El vacío del caos: El escenario posterior a un eventual derrocamiento exitoso es aterrador. Irán no es Libia. Es un Estado-nación antiguo, complejo, con profundas divisiones étnicas (árabes, kurdos, baluchis) y una poderosa maquinaria de seguridad fragmentada. Su colapso desataría una guerra civil sectaria y étnica de dimensiones catastróficas, creando un vacío de poder donde milicias aún más radicales (como el Estado Islámico) podrían florecer. Este caos se extendería como una mancha de aceite:
o Impacto en Israel: Una frontera oriental (con Irak) ahora colindante con un infierno en llamas. Oleadas de refugiados. Milicias descontroladas con acceso potencial a tecnología avanzada iraní (drones, misiles). El sueño de un Irán «amable» es una quimera; la realidad sería un Levante aún más inestable y violento.
o Impacto en países árabes: Arabia Saudí, EAU y otros estados del Golfo temen profundamente tanto a un Irán fuerte como a un Irán colapsado. La desintegración podría encender tensiones sectarias en sus propias poblaciones (especialmente en Arabia Saudí oriental) y empoderar a actores no estatales hostiles.
El gran juego global: Autogoles estratégicos
La obsesión con Teherán tiene costos geopolíticos monumentales que debilitan la posición de Israel y sus aliados:
• El regalo a Rusia y China: Un Occidente (y especialmente EE.UU.) empantanado en otra costosa y sangrienta aventura en Oriente Medio es el sueño de Moscú y Pekín.
o Rusia: Encontraría un respiro crucial en Ucrania, desviando atención y recursos occidentales. Fortalecería su alianza con Irán, intercambiando apoyo militar (drones, asesores) por recursos. Podría posicionarse como «mediador» en el caos resultante, expandiendo su influencia.
o China: Expondría la «inestabilidad occidental» para justificar su autoritarismo y acciones en Taiwón. Profundizaría su relación económica con un Irán acorralado (o sus fragmentos), asegurando petróleo barato y desafiando el sistema sancionador liderado por EE.UU. La narrativa del «Oeste perturbador» ganaría fuerza global.
• La erosión del orden y la legitimidad: Una intervención abierta para cambiar un régimen, basada en amenazas existenciales percibidas pero sin consenso internacional claro, sería un golpe devastador al ya debilitado sistema de la ONU y al derecho internacional. Israel, al asociarse estrechamente con esta política, arriesgaría su ya deteriorada legitimidad global, siendo percibido no como víctima, sino como instigador de un nuevo ciclo de caos. La etiqueta de «Estado paria» podría endurecerse.
Israel: Entre el martillo y el yunque
La paradoja final es amarga para Israel:
• Falsa seguridad: La ilusión de que un Irán sin el régimen actual sería un vecino dócil es peligrosamente ingenua. El nacionalismo persa, la desconfianza hacia Occidente y la rivalidad con Israel son fuerzas profundas que sobrevivirían a los ayatolás. Un Irán fragmentado y en guerra sería más impredecible y potencialmente más permeable a elementos aún más radicales.
• El precio de la escalada: Una guerra regional desatada por la política de cambio de régimen tendría un costo humano, económico y de seguridad devastador para Israel. El escudo de Hierro sería puesto a prueba como nunca. La cohesión social, ya tensa, podría fracturarse bajo el estrés de un conflicto multi-frente prolongado.
• La trampa del acelerador nuclear: La mayor ironía: la política diseñada para evitar un Irán nuclear podría ser la que finalmente lo empuje a cruzar el umbral. Si Teherán cree que su supervivencia está en juego, el cálculo de riesgo cambia radicalmente. La bomba se convierte en su único seguro de vida contra el destino de Saddam o Gadafi.
Más allá de la quimera
La búsqueda del cambio de régimen en Irán no es una estrategia; es una apuesta suicida envuelta en el espejismo de una solución rápida. Subestima la resiliencia del Estado iraní, la profundidad de su determinación nuclear como proyecto nacional y la complejidad explosiva del tablero regional. Sobreestima la capacidad de controlar las consecuencias del caos.
La alternativa no es la sumisión, sino una gestión realista del conflicto basada en la contención robusta, la disuasión creíble y una diplomacia fría e implacable. Implica reconocer que Irán es un actor permanente, con intereses de seguridad (aunque antagónicos), y que su ambición nuclear solo puede ser limitada, no eliminada, mediante un equilibrio de poder claro, sanciones selectivas que no empujen al colapso, y la explotación inteligente de sus vulnerabilidades internas. La obsesión por el derrocamiento distrae de la tarea esencial: prevenir que Irán obtenga el arma nuclear, gestionar su influencia regional y proteger a Israel de las amenazas inmediatas de sus representantes. Perseguir el espejismo del cambio de régimen es, en última instancia, jugar con fuego junto al polvorín más grande de Oriente Medio, con el viento soplando directamente hacia Jerusalén y Tel Aviv. Las cenizas de Irak y Libia son una advertencia que no debe ser ignorada.
Mohamed BAHIA
24/06/2025