Bajo el sol inclemente de Argel, una corte decidirá este jueves el destino de Boualem Sansal, un octogenario escritor franco-argelino cuyo crimen, según la fiscalía, fue “menoscabar la unidad nacional”. Pero este juicio, aparentemente local, es en realidad un microcosmos de tensiones mayores: las heridas coloniales no suturadas, la geopolítica del Sáhara y el auge de una ultraderecha francesa que ve en Argelia un enemigo cómodo.
Boualem Sansal no es un desconocido en Argelia. Funcionario de alto rango en los años 90, su voz se volvió incómoda para el régimen cuando comenzó a denunciar la corrupción y el autoritarismo en novelas como El pueblo alemán o los diarios de Berlín. Sus libros, sin embargo, siguieron vendiéndose libremente en el país. Hasta noviembre de 2023.
Todo cambió cuando Sansal, en una entrevista con Le Figaro —diario cercano a la derecha francesa—, cuestionó un tabú argelino: sugirió que ciertos territorios anexados durante el colonialismo francés pertenecen históricamente a Marruecos. Para Argel, cuya legitimidad poscolonial se construyó sobre la inviolabilidad de sus fronteras, fue una herejía.
El escritor, diagnosticado con cáncer, fue detenido y acusado bajo el artículo 79 bis del código penal: “Atentar contra la unidad nacional”. La fiscalía pide 10 años de cárcel. En la audiencia del jueves pasado, Sansal se defendió sin abogado: “Solo expresé una opinión, como cualquier ciudadano”, declaró, según el diario Echorouk.
El caso Sansal es la punta de un iceberg geopolítico. En julio de 2023, Francia respaldó el plan marroquí para otorgar autonomía al Sáhara, un territorio que Argelia considera colonizado y apoya a través del Frente Polisario. La reacción argelina fue inmediata: retiró a su embajador en París.
Argel, que perdió influencia en el Magreb ve en el Sáhara una línea roja. Y Sansal, al cuestionar fronteras, tocó un nervio expuesto. “No se juzga a un hombre, sino a una narrativa histórica”, explica el analista argelino Lamine Ghanmi.
Pero hay más: la ultraderecha francesa ha convertido a Argelia en su nuevo chivo expiatorio. Bruno Retailleau, líder del partido Los Republicanos y cercano a Marine Le Pen, exige sanciones contra Argel por “inmigración ilegal” y “apoyo al terrorismo”. En enero, tras la expulsión de Francia de influencers argelinos, Retailleau prometió una “respuesta gradual”.
Emmanuel Macron y Abdelmadjid Tebboune interpretan un delicado baile. El presidente francés, cuyo gobierno incluye ministros de derecha dura, pidió “prudencia” a Argelia y abogó por la liberación de Sansal por razones humanitarias. Tebboune, por su parte, llamó a Macron “único interlocutor válido” para resolver la crisis, aunque advirtió: “Quien dañe la unidad nacional pagará caro”.
El mensaje es claro: Argelia quiere negociar, pero no bajo presión. Y Sansal es ahora una moneda de cambio. Para Hocine Malti, exingeniero de Sonatrach y autor de Historia secreta del petróleo argelino, “liberarlo sería una concesión que Tebboune no puede permitirse sin perder credibilidad ante su ejército”.
Argelia no es el único país que criminaliza opiniones históricas. Turquía encarcela a quien niegue el genocidio armenio; en España, cuestionar la unidad territorial puede acarrear multas. Pero la ley argelina es particularmente vaga: el artículo 79 bis se ha usado contra periodistas, académicos y ahora contra Sansal.
El régimen argelino, nacido de una guerra de liberación contra Francia, construyó su identidad en oposición al antiguo colonizador. Cualquier gesto que evoque revisionismo histórico —aunque venga de un escritor argelino— se percibe como una traición. “Es una paradoja: Sansal critica a Francia en sus libros, pero al mencionar a Marruecos, se convierte en enemigo”, señala la historiadora Natalya Vince.
El veredicto del jueves no solo decidirá si un hombre de 80 años muere en prisión. También definirá el tono de las relaciones entre dos países unidos por un pasado doloroso y un presente lleno de desconfianza.
Si Argelia condena a Sansal, alimentará la narrativa de la ultraderecha francesa que pide romper con Argel. Si lo libera, enfrentará críticas internas por “ceder a presiones extranjeras”. En ambos casos, perderá.
Como escribió Sansal en su novela 2084: el fin del mundo: “Las dictaduras no temen a las armas, sino a las palabras”. Hoy, su propia palabra podría costarle la libertad, o convertirse en el símbolo de un diálogo que ya no sabe cómo hablar sin gritar.
16/03/2025