La decisión del Consejo de la Nación argelino de suspender sus relaciones con el Senado francés, en respuesta a la visita del presidente de esta cámara, Gérard Larcher, a El Aaiún, en el Sáhara, no es un simple gesto diplomático. Es un síntoma de las tensiones profundas que atraviesan el Magreb, una región donde las rivalidades históricas y los intereses geopolíticos se entrelazan de manera compleja y, a menudo, explosiva. Este episodio, sin embargo, no solo revela las fracturas entre Argelia y Francia, sino que también pone de relieve la solidez de la alianza entre Marruecos y Francia, una relación que se ha consolidado como un pilar de estabilidad en la región.
Argelia ha calificado la visita de Larcher como «irresponsable, provocativa y espectacular», acusando a Francia de respaldar las tesis marroquíes sobre el Sáhara y de alinearse con lo que describe como «políticas coloniales». Sin embargo, esta reacción no solo parece desproporcionada, sino que también refleja una postura que prioriza la confrontación sobre el diálogo. En lugar de buscar vías constructivas para abordar el conflicto del Sáhara, Argelia opta por medidas que, lejos de resolver el problema, contribuyen a su perpetuación. La suspensión de las relaciones con el Senado francés no es más que un ejemplo de esta estrategia, que aísla a Argelia diplomáticamente y limita su capacidad para influir en el curso de los acontecimientos.
Marruecos, por su parte, ha interpretado la visita de Larcher como un respaldo explícito a su iniciativa de autonomía para el Sáhara bajo su soberanía. Esta propuesta, presentada ante las Naciones Unidas en 2007, ha ganado reconocimiento internacional como una solución viable y pragmática al conflicto. El apoyo francés a esta iniciativa no es un capricho diplomático, sino el reflejo de una alianza estratégica entre París y Rabat que se ha fortalecido en las últimas décadas. Francia, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, tiene la responsabilidad de contribuir a la estabilidad regional, y su posición en este asunto es coherente con ese objetivo.
La visita de Larcher no se limitó a lo político. Incluyó un componente cultural y educativo significativo, como la colocación de la primera piedra de una escuela francesa en El Aaiún, un proyecto que busca fomentar el intercambio cultural y educativo entre ambos países. Este gesto no solo refuerza los lazos bilaterales, sino que también subraya la importancia de la cultura como puente entre pueblos. En un contexto donde las narrativas enfrentadas sobre el Sáhara han polarizado a la región, iniciativas como esta son esenciales para construir entendimiento mutuo y reducir las tensiones.
Argelia, sin embargo, parece anclada en una postura que prioriza la confrontación sobre la cooperación. Su apoyo al Frente Polisario, un movimiento que busca la independencia del Sáhara, ha sido constante, pero también ha contribuido a perpetuar el estancamiento del conflicto. En lugar de buscar soluciones innovadoras y pragmáticas, Argelia insiste en una retórica maximalista que no solo la aísla diplomáticamente, sino que también limita su capacidad para influir en el curso de los acontecimientos. La suspensión de las relaciones con el Senado francés es un ejemplo más de esta estrategia contraproducente.
En contraste, la relación entre Marruecos y Francia es un modelo de cómo dos países pueden construir una asociación estratégica basada en intereses compartidos y respeto mutuo. Desde la cooperación económica hasta los intercambios culturales, pasando por la coordinación en materia de seguridad, esta relación ha demostrado ser resiliente y fructífera. La visita de Larcher no solo refuerza estos lazos, sino que también envía un mensaje claro a la comunidad internacional: el Sáhara es y seguirá siendo parte integral de Marruecos.
En un mundo cada vez más interconectado, donde los desafíos globales requieren soluciones colectivas, la diplomacia no puede permitirse el lujo de ser un juego de suma cero. Argelia haría bien en reconsiderar su enfoque y buscar formas de contribuir a la estabilidad regional en lugar de perpetuarla. Mientras tanto, la relación entre Marruecos y Francia seguirá siendo un faro de cooperación y pragmatismo en una región demasiado acostumbrada a la confrontación.
La visita de Larcher a El Aaiún no es solo un capítulo más en la larga historia del conflicto del Sáhara. Es un recordatorio de que, en la diplomacia como en la vida, el progreso solo es posible cuando se prioriza el diálogo sobre la discordia y la cooperación sobre la confrontación. Argelia tiene la oportunidad de aprender esta lección, pero solo el tiempo dirá si está dispuesta a hacerlo.
27/02/2025
Mohamed Bahia